domingo, 19 de febrero de 2017

Brígida & Abdón: Especial Verano

Estamos tirados en la cama, uno al lado del otro. Miramos el techo sin decir una palabra. Un ventilador sobre el mueble nos protege un poco del calor insoportable que hace en mi pieza. Tengo la mente en blanco y el cuerpo exhausto. Me fijo en unos restos de cinta adhesiva que hay en el techo, no tengo idea de por qué están ahí.

-¿es el calor una maldición divina hacia los humanos por ser tan malos?- dices con una voz monótona.
-mmm, yo creo que sí porque así como van las cosas vamos a morir todos-
-¿merecemos morir?-
-no sé si merecemos morir, pero de seguro que todos lo haremos en un momento-
-sí sé eso, pero ¿morir así?-
-no sé, es lo que nos tocó nomás-
-¿y por qué nos tocó eso?-
-bueno, porque...-
-ay, te estoy molestando ¿de verdad me ibai a responder eso?-
-estaba pensando qué decir-
-puras mentiras, obvio-
-puras falacias-
-me encantan-

Algo me dice que busque tu mano para tomarla. Parece que tú pensaste lo mismo porque nuestros dedos se entrelazaron rápidamente, sin torpeza alguna. De pronto tengo en mi cabeza un claro recuerdo de la primera vez que nos tomamos de la mano de esta manera. También era verano, sólo que de noche y estaba helado. Habíamos estado compartiendo unas papas fritas en un bar donde apenas se podía conversar. Recuerdo que teníamos ganas de hablar de muchas cosas, tú hiciste una lista larga de posibles temas de conversación. Entre ellos estaba "la vida después de la muerte", "¿llegó el hombre a la luna?" , "palta con limón o sin limón", "¿se puede o no se puede vivir del amor".Me acuerdo que esos ítems estaban escritos en tu libreta personal con bonita letra y todo muy ordenado, como siempre. Finalmente decidimos dejarlo para otra ocasión y no hablar nada de nada. Era como la cuarta o quinta vez que salíamos juntos y yo no podía evitar mirar tus manos, cada vez lo hacía con menos descaro. En un momento te largaste a reír, yo no quise preguntar. Luego también reí, y es que la situación era extraña. Ambos en silencio mientras música de todo tipo sonaba por los parlantes. Gente intentaba comunicarse a gritos y apenas lográbamos escuchar palabras y frases.

Soda Stereo, Los Prisioneros, Glup!, Chichi Peralta, Led Zeppelin, todos ellos desfilaban por nuestros oídos. Nos mirábamos con complicidad mientras sonreías coquetamente. Tus ojos se "achinaban" cada vez que me observabas para luego llevarlos a cualquier lugar. A pesar de todo no era incómoda la situación y sentía que lo estábamos pasando bien. En un momento clavaste tu mirada en mí por tantos segundos que mi corazón empezó a saltar. Pensé en mirar hacia otro lado, pero decidí responderte observando fijamente esas pupilas brillantes que me intimidaban un poco. Claramente no era una batalla de "quemar ojos", pero sí nos estábamos diciendo tantas cosas sólo con vernos. Jugabas con una pulsera negra en tu mano derecha y sonreías.

En un momento dijiste "vamos" no con tono de pregunta, si no que con absoluta afirmación. Yo estuve de acuerdo y nos levantamos. Había poca gente en la calle, ya era tarde y había que volver. Buscamos el paradero de la micro que nos llevaba a la casa, pero una desorientación mutua nos hizo extraviarnos. Intentando encontrar el lugar caminamos varias cuadras en silencio y con algo de frío. De pronto sucedió. Mi mente estaba en blanco, ni siquiera pensaba en la urgencia de tomar la micro pronto, sólo estaba yo muy contento por esa noche contigo. Mi mano buscó la tuya y viceversa. Nuestros dedos se entrelazaron perfectamente. La sensación fue extraña, ninguno de los dos dijo algo. Tampoco sentí nerviosismo ni ansiedad, mi corazón estaba tranquilo en su lugar. Intenté hacerte cariño con mi pulgar pero creo que fracasé, sólo me dediqué a mantener esa conexión espontánea. Fue la primera vez que sentí tus dedos entre los míos. Una emoción particular que no podría describir con exactitud.

Llegamos al paradero de micro y me soltaste la mano. Paraste el bus y nos subimos, en el asiento pusiste tu cabeza en mi hombro mientras yo miraba por la ventana. Se sentía tan bien estar ahí, la temperatura era perfecta. Quisiera volver a ese momento por un rato y refrescarme en esa noche.

El sudor en nuestras manos nos obligan a separarnos. Te levantas de la cama.

-voy a buscar jugo- me dices con voz cansada.
-¿me traes?-
-ya-
-pero trae dos vasos-
-si eso iba a hacer-
-mentira-

Te ríes y caminas hacia la puerta de mi pieza. Ojalá nuestros dedos se sigan entrelazando de aquella manera espontánea.

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