miércoles, 25 de febrero de 2015

Capítulo 58: “Feeling”





Estoy buscando un vestido lindo que tengo para salir a verte, pero no lo encuentro. Desordeno todo el closet, todos los cajones de mi cómoda. Veo los colgadores. Ahí está el vestido. Me lo pongo, me gusta pero no. Hace tiempo no me pongo vestidos, una vez me dijiste que te gustaban y que debería usarlos más seguidos, creo que nunca te hice caso, no sé por qué. Encuentro otros vestidos. Me pongo a auto-desfilarme los posibles vestuarios. No me convencen, parece que estoy gorda. Eso debe ser. Tienes mala mano. Claro, tú acostumbras a decirme que te gusta mi rollo en la panza. Ahora que lo pienso es una justificación bastante básica para mi gordura. Creo que no te pediré más tu opinión en temas estéticos. A veces te pregunto qué ropa prefieres en mí y me dices “da lo mismo, con cualquier ropa te ves bien”. La respuesta más penca de la historia. La verdad, creo que me ayudas muy poco con mi estética. Como consejero fashion eres el peor. Aunque bueno, si supieras mucho de moda y belleza, empezaría a creer que eres gay. Te prefiero así nomás.

Me decido por el primer vestido. Me ordeno el pelo un poco, guardo unas cosas en mi bolso y salgo de mi pieza, pero vuelvo inmediatamente. Se me quedan las serpentinas. Lo más importante. Habíamos decidido que el panorama era ir a poner tiritas de serpentina en todas las rejas de las casas que hay cerca de la plaza y simular una especie de año nuevo adelantado. Me gustan las serpentinas, el cotillón y todas esas leseras. Aunque esas pistolas que tiran espuma y mocos verdes me dan miedo un poco. En verdad me dan asquito.

Guardo las serpentinas en mi bolso y salgo, ahora sí, de mi casa. Camino con una felicidad que no sentía hace días. Es como cuando sale el sol y te ríes sola, y la gente a tu alrededor grita y discute, y tú vas tarareando una canción bien japi. Todo parece demasiado perfecto, hasta que pasa algo y te vuelve a la triste realidad. Me detengo en la esquina, pasan varios autos. Me tocan el hombro. Me volteo. Demetrio.

-¡hola pos!- me dice, mientras todavía trato de entender la situación.
-eh, hola, cómo estai- digo con una sonrisa nerviosa, no me gusta encontrarme con gente en las calles.
-bien po y tú, tanto tiempo- me da un beso en la mejilla. Siento un olor a perfume que me desagrada de inmediato.
-bien, aquí, voy a la casa de mi pololo-
-ahh, y ¿dónde vive?-
-ahí, un poco más allá de la plaza-
-te acompaño hasta la plaza, si no te molesta-
-yapo, dale-

Empezamos a caminar, no sé qué decir. Yo creo que la química entre las personas se da altiro. No me refiero a química de amor, si no de caerte bien o caerte mal, eso que llaman “feeling”, término que me carga, aparte parece nombre de helado. Creo que con Demetrio nunca me pasó algo más allá. O sea, buena onda y todo, pero nada especial.

-¿y cómo están tus hermanas?- digo para salir de este incómodo silencio.
-bien, están bien ellas. Siempre se acuerdan de ti-
-¿en serio? Jajaja, son lindas esas pequeñas-
-y tú, cómo estai-
-bien, piola-
-cómo piola-
-sipo, relajá-
-te mandé un mensaje por el Facebook-
-¿en serio? Ah, es que no me he metido-
-aam-
-¿y qué decía?-
-que si nos podíamos juntar un día-
-amm, bueno nos juntamos igual jajaj-
-las casualidades de la vida-
-jajaj sipo-
-en volá el destino nos junta-
-uh, tenís razón- dije con un claro tono irónico-

Sentía su mirada encima mío, de una forma muy invasiva, ya me estaba empezando a sentir incómoda. Un gato blanco con un cascabel se asomó de una ventana. Lo miré fijamente, Demetrio miraba la calle. Nos acercamos a la plaza. Lo único que falta es que aparezcas y te pases el medio rollo por verme con Demetrio. Sería la guinda de la torta.

(Continuará…)

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