Estoy buscando un vestido lindo que tengo
para salir a verte, pero no lo encuentro. Desordeno todo el closet, todos los
cajones de mi cómoda. Veo los colgadores. Ahí está el vestido. Me lo pongo, me
gusta pero no. Hace tiempo no me pongo vestidos, una vez me dijiste que te
gustaban y que debería usarlos más seguidos, creo que nunca te hice caso, no sé
por qué. Encuentro otros vestidos. Me pongo a auto-desfilarme los posibles
vestuarios. No me convencen, parece que estoy gorda. Eso debe ser. Tienes mala
mano. Claro, tú acostumbras a decirme que te gusta mi rollo en la panza. Ahora
que lo pienso es una justificación bastante básica para mi gordura. Creo que no
te pediré más tu opinión en temas estéticos. A veces te pregunto qué ropa
prefieres en mí y me dices “da lo mismo,
con cualquier ropa te ves bien”. La respuesta más penca de la historia. La
verdad, creo que me ayudas muy poco con mi estética. Como consejero fashion eres el peor. Aunque bueno, si
supieras mucho de moda y belleza, empezaría a creer que eres gay. Te prefiero
así nomás.
Me decido por el primer vestido. Me
ordeno el pelo un poco, guardo unas cosas en mi bolso y salgo de mi pieza, pero
vuelvo inmediatamente. Se me quedan las serpentinas. Lo más importante.
Habíamos decidido que el panorama era ir a poner tiritas de serpentina en todas
las rejas de las casas que hay cerca de la plaza y simular una especie de año
nuevo adelantado. Me gustan las serpentinas, el cotillón y todas esas leseras.
Aunque esas pistolas que tiran espuma y mocos verdes me dan miedo un poco. En
verdad me dan asquito.
Guardo las serpentinas en mi bolso y
salgo, ahora sí, de mi casa. Camino con una felicidad que no sentía hace días.
Es como cuando sale el sol y te ríes sola, y la gente a tu alrededor grita y
discute, y tú vas tarareando una canción bien japi. Todo parece demasiado
perfecto, hasta que pasa algo y te vuelve a la triste realidad. Me detengo en
la esquina, pasan varios autos. Me tocan el hombro. Me volteo. Demetrio.
-¡hola
pos!- me dice, mientras todavía trato de entender
la situación.
-eh,
hola, cómo estai- digo con una sonrisa nerviosa,
no me gusta encontrarme con gente en las calles.
-bien
po y tú, tanto tiempo- me da un beso en la
mejilla. Siento un olor a perfume que me desagrada de inmediato.
-bien,
aquí, voy a la casa de mi pololo-
-ahh,
y ¿dónde vive?-
-ahí,
un poco más allá de la plaza-
-te
acompaño hasta la plaza, si no te molesta-
-yapo,
dale-
Empezamos a caminar, no sé qué decir. Yo
creo que la química entre las personas se da altiro. No me refiero a química de
amor, si no de caerte bien o caerte mal, eso que llaman “feeling”, término que me carga, aparte parece nombre de helado.
Creo que con Demetrio nunca me pasó algo más allá. O sea, buena onda y todo,
pero nada especial.
-¿y
cómo están tus hermanas?- digo para salir de este
incómodo silencio.
-bien,
están bien ellas. Siempre se acuerdan de ti-
-¿en
serio? Jajaja, son lindas esas pequeñas-
-y
tú, cómo estai-
-bien,
piola-
-cómo
piola-
-sipo,
relajá-
-te
mandé un mensaje por el Facebook-
-¿en
serio? Ah, es que no me he metido-
-aam-
-¿y
qué decía?-
-que
si nos podíamos juntar un día-
-amm,
bueno nos juntamos igual jajaj-
-las
casualidades de la vida-
-jajaj
sipo-
-en
volá el destino nos junta-
-uh,
tenís razón- dije con un claro tono irónico-
Sentía su mirada encima mío, de una forma
muy invasiva, ya me estaba empezando a sentir incómoda. Un gato blanco con un
cascabel se asomó de una ventana. Lo miré fijamente, Demetrio miraba la calle.
Nos acercamos a la plaza. Lo único que falta es que aparezcas y te pases el
medio rollo por verme con Demetrio. Sería la guinda de la torta.
(Continuará…)
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